martes, 5 de julio de 2011

Nadie imaginó aquel agosto, en aquel lugar extraño, donde el mar se traga las tardes para llenarse de luz, que hoy os convertiríais en la postdata de aquellas letras, de aquel dictado que comenzabais a copiar. Ilusionados, inocentes, sin esquinas. Nadie os contestó a las disyuntivas que acababais de alquilar en Rota, ni las que luego os regalaríais en Formentera. Nadie decidió hacer nada, ni siquiera mientras conducíamos entre círculos en busca de un tren hacia Sevilla, divertidas, arriesgadas. Ninguno de nosotros resolvió la cuestión principal porque fuimos testigos de la tremenda luz que comenzabais a crear.

Mas tarde vino la vida, la de cada uno de vosotros, la vuestra, la de cada uno de nosotros. Y entonces todo fue fluyendo despacio, como se mueven las cosas importantes y fuimos descubriendo que crecíais en plural, discretos, convencidos, generosos. Dieron igual las razones últimas, de nuevo no contestasteis a nadie ni a nada. Fue secundario encontraros en el Bubó, en el Trastevere o en aquel hotel de nombre de mujer despechada. No os importaba el ritmo de las consonantes; vosotros sabíais que todo era mejor si vuestros codos se podían encontrar de madrugada. Eso, permitió que paseáramos a vuestro lado mientras nos contabais las sensaciones que os producían desataros las cordoneras de los zapatos. Eso permitió que la ilusión os arrebatase la poca cordura que os alimentaba y en cualquier café de la mañana, en cualquier comida en La Encarnación nos desvelasteis que jugabais sin prisas conscientes de que nadie perdería la partida.

Ahora sabemos que todo ha merecido la pena, que aquel comienzo estaba esperándoos para que os dejarais llevar. Ahora sabemos que nada es imposible si se tiene el alma pintada de naranja, si cada vez que se hace la maleta de vuelta dejas algo escondido por Gracia. Ahora sabemos que las espaldas son lugares seguros porque nos habéis hecho entender que los disparos a bocajarro son regalos llenos de música, que aquellas complicidades os han hecho entender la vida después del silencio, que la sinrazón ha sido el aire que necesitaban vuestras cometas para volar, para que nadie, ni siquiera los hombres grises, pudieran destrozarlas.

Ahora, hoy, en este momento, todas las dudas que no contestasteis, las que mantuvisteis guardadas en la línea recta que os separaba, han cobrado otra dimensión. Son mucho más gaseosas, menos pesadas y hoy, precisamente hoy, han estallado y nos hacen más felices, nos refrescan, nos animan, nos consienten rodeados de vosotros.

Ahora, en este preciso instante tenemos un globo en el pecho, tan rojo y luminoso, que nos ayuda a entender que cada patada del instinto es un regalo que debemos perseguir para poder creer en el mundo, en nuestro mundo, ese que sin duda es mejor con vosotros a nuestro lado.

Rosa, te quiero.
Pepe, te quiero.