lunes, 11 de abril de 2011

Nunca imaginé que fuese tanto...

Y finalmente tu silencio. Ese que recorre cada espacio que habitas, prudente, agradecido, distante. Ya lo advertí aquel nueve de noviembre, pero lo que creí una casualidad se ha convertido en el discurso más elocuente, en el más constante, en el menos monótono. Ahora su significado pesa, su trazado es más tangible y su intensidad me hace sufrir una emoción que intoxica cada pregunta y cada respuesta. Y hablo de sufrimiento como alternativa inequívoca, agradecida por la fuerza de tus consonantes, las que callas, las que omites, esas que me regalas para que yo comprenda. Y tú en silencio. El que extiendes discreto, cabizbajo, como anuncio de una multitud de opciones que aceptas, que comprendes aunque no las compartas ni las disfrutes. Incluso como anticipo de las que soportas, de aquellas que te hieren, de las que preferirías no haber inventado, ni permitido, pero que al final consientes. Al contrario, las digieres, las respiras y por último las escondes en laberintos apagados, desconocidos; para que se pierdan y nadie, ni siquiera tú, las oiga lamentarse. Solo queda, entonces, de nuevo tu silencio, el que te identifica, el que responde consciente ante la importancia de la disyuntiva y entonces, generoso lo regalas para que alimente ese lugar que nunca conoceré pero que es el único al que recurro constantemente para guiar mi vida. Allí se que están, además, los impulsos, la certeza irracional, y todas aquellas líneas que me escribes cada día en el reverso de mis sonidos para que no te olvide.

No hay comentarios:

Publicar un comentario